La revolución cubana debe escribirse con 'erre' minúscula


En homenaje a Orlando Zapata Tamayo.

El corazón me latía con fuerza, por momentos sentía que me arrebataba la vida. Era agosto del 2007, junto a mí un hombre, que nunca olvidaré, me apretaba la mano fuertemente. 'Hemos llegado', me dijo. Después de dos horas y media de camino, estábamos en La Habana.
Tan sólo bastó con respirar el aire húmedo y salado de la Isla para que yo cayera en un largo letargo que duró más de media hora.
En silencio, subí a un taxi rumbo al hotel. En silencio, las realidades de La Habana me recibieron con un golpe del que jamás me voy a recuperar.
Las bicicletas, el polvo, la vegetación, los coches antiguos. Sin duda estaba en otro país, en un sitio donde el tiempo se detuvo.
Hasta las consignas políticas, infinidad de bardas pintadas con la imagen del 'Che' Guevara, de Fidel Castro, de la bandera cubana, la apología de la revolución.
¿Quién no ha empuñado el brazo por la revolución? Yo, como todos, hasta que esa media hora me hizo despertar.
En La Habana, la revolución debe escribirse con erre minúscula, porque una revolución que no ha dejado otra cosa que consignas torpes y sin fundamentos no es digna de respeto.
En estos días la muerte del disidente Orlando Zapata Tamayo, después de una prolongada huelga de hambre por exigir sus derechos humanos, me recordó una Cuba que me duele.
Cierto, no lo conocí, pero conocí los rostros de cubanos anónimos que me ayudaron a concebir una decepción que nunca, tampoco, me va a abandonar.
Aquel hombre que se coló al lobby del hotel, más allá de la medianoche, para comprar una botella de agua que le fue negada por su propio compatriota, un ingeniero que atendía el bar del hotel, porque según nos contó, como Ingeniero Industrial ganaba mucho menos.
Aquella linda cubana que enfundada en un vestido blanco atendía los tours para diversos sitios de Cuba y que al acercarnos emocionados a preguntarle a cuánto tiempo estaba el mar donde pudiéramos nadar, no nos supo decir, porque nunca había ido al mar. No, había vivido en La Habana toda su vida y jamás había ido a nadar al mar, porque como supimos después, la playa más cercana está a 20 minutos, sólo se puede llegar en taxi con permiso para turistas y cuesta el viaje 20 CCU, más de 200 pesos, que en la Isla se ganan en alrededor de 15 días. Imposible, primero, pagar un viaje tan caro; segundo, conseguir el permiso para llegar.
Aquella pareja de viejitos cubanos que bailaban en la banqueta, porque al no poder entrar al restaurante donde un grupo tocaba música cubana, tenían que menear el son fuera.
La hermosisima mulata que me dejo impresionada por su maravillosa piel cuando salió de la alberca del hotel, que les rentan a los cubanos los domingos o cuando no hay muchos turistas. Esa mulata, que como otros, es seguida por los guardias del hotel por toda su travesía desde la calle hasta la alberca y viceversa.
Y claro, cómo olvidar a aquellas mujeres francas a las que les sorprendió, en pleno carnaval, que siendo turista yo no quisiera estar en las bancas vip y que por ese hecho me dieron a tomar el ron más fuerte que he probado, así, con valor, en una botella de refresco gastada por el tiempo.
Con ellas fue con quien más pude platicar, mil y un historia, la de aquella que no puede llevar a su hijo a La Habana porque no le alcanza para mantenerlo, a la que es enfermera y apenas y ve la luz del sol, y aquella que con sus ojos cristalinos me pidió que le enviará una carta, pronto, con una invitación para visitarme en México, porque sólo así podría salir de su país, aunque fuera unos días.
Con todo esto, cómo entender la revolución cubana. Tal vez, sólo desde lo arcaico, como anticuado y rancio es el museo, sí, el de la revolución en La Habana, lleno de litografías, uno que otro recuerdo de la lucha armada, el Granma y el radio que el Che Guevara usaba para comunicarse.
Como si ahí, estuvieran atrapados los ideales libertarios, como presos se encuentran los cubanos que anhelan una patria que los trate como hermanos. Muchos ya luchan por ello, algunos ya murieron en el intento.

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1 comentarios:

El Periodista Iracundo dijo...

Así es Tania, lo mismo sucedió conmigo y mis amigos. Quedamos encantados por la magia de tan hermoso país, pero después de 48 horas de dosis de realidad, nuestra euforia se convirtió en depresión y, aunque aceptamos que el comandante es un ser histórico, coincidimos que la revolución, así con minúsculas como lo señalas, sólo había servido para sacar al orate de Batista por otro igual o peor.
Aunque con la democracia también quien sabe como les iría, pero de que duele ver la realidad cubana eso que ni que.

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