Tengo moretones

Moretón. Empujón. Todo lo que termine en ón, como cabrón.

La jornada fue larga. Pero, así es mi trabajo, a veces. Ni me quejó del intenso sol, porque llevaba mi sombrero. Estar parada no fue martirio porque llevaba zapatos bajos. ¿Comer? Comí una buena torta de milanesa de pollo, mis preferidas.

Lo desesperante fue ver el despliegue de injusticias. Era el cambio de gobernador en el Estado de México, específicamente en la ciudad donde nací, Toluca. Apenas hacia 15 días había estado en el mismo lugar, sólo que para el informe de gobierno. Fue lo mismo, en el Teatro Morelos. (Para mayores datos de los que no viven en esta ciudad, este teatro es el único de la ciudad que tiene dimensiones decentes, es usado lo mismo para actos políticos, que para entrega de diplomas de cierre de cursos, ahí, si no me equivoco, me entregaron mi certificado de secundaria, hace años).

El sonido de helicópteros fue constante aquella mañana del 15 de septiembre. Uno tras otro aterrizaron sobre la azotea del Palacio de Gobierno. Las camionetas de lujo manejadas por guaruras también llegaron en montón a mi ciudad. Parecía una película que duele porque es realidad que se asoma cuando el reflejo de nuestro rostro se mira nítido en los vidrios polarizados.

Debería ser ofensivo que tanta riqueza se ostente como algo cotidiano, cuando en ésta, como en otras ciudades, existen tantas personas que no tienen ni para llevar a sus hijos a la escuela. ¿Esto es la democracia? Yo creo que más bien, es un circo.

Cuando logré colarme al Teatro, (porque hasta con eso, así sin más cierran las puertas y lo que debería ser un acto público se vuelve una fiesta privada), vinieron los empujones y por ende los moretones, andar entre tanto político lastima, que gran métafora.

Así de mallugada debe estar la patria que de tanta indiferencia hasta celebra las desgracias, si no, ¿por qué seguimos echando cohetes por una independencia que ya ni nos mira?

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