'¿Cómo si yo ayer deje todo con un sol bien juerte?', me dije después de despertar y asomarme a la ventana, en un cuarto que no es el mío.

Así era. El sol no estaba y unas nubes enormes amenazaban con bombardear la ciudad.

De todos modos me bañe, me vestí y salí bien emocionada con rumbo definido. Cargué una cobija y una gorra para mi hermanito, por si las dudas.

(Ya les había contado que iba a ir de excursión a Los Portales a visitar la Feria del Alfeñique).

Llegué al estacionamiento, que está a un lado del kinder, y cuando iba apagando el coche, que me habla mi mami y me dice 'se canceló'.

'No puede ser', me dije, 'pude quedarme a dormir una hora más'.

Ni modo, no iría con mi hermano a ver las calaveritas y no iba a poder decirle que no tuviera miedo.

Mi mamá al notar mi angustia me invento de inmediato un plan e hizo lo necesario para darme una cita con mi papá.

Minutos más tarde ya me hallaba en pleno café Biarritz desayunando con mi papito, al más puro estilo intelectual.

Platicamos de tantas cosas, hace mucho que no lo hacíamos. Le conté de mi reportaje que me tiene desesperada porque nomás no le veo fin. Él me contó de sus múltiples clientes que le hacen la vida bien divertida (como debe ser cuando uno es abogado).

En fin. Desayuné chilaquiles verdes, tomé dos cafés, 10 pequeñísimas rebanadas de papaya con limón y sal y nos fuimos a formarnos a un cajero.

Ya con liquidez en los bolsillos, los de mi padre, fuimos hacia el estacionamiento y sacamos el coche.

Metí la llave y cuando estaba a punto de darle vuelta una mariposa llegó y se paró frente a mi en el parabrisas.

Era amarilla, con las puntas de sus alas delineadas en color negro. Parecía que se rascaba las patas, aunque en realidad temblaba como si me estuviera susurrando un secreto. Dos segundos más y se fue.

Igual que nosotros. A mi papi lo esperaba su despacho y a mi un reportaje que nomás no acaba.

Ustedes dirán 'todo esto qué'. Yo les diré 'pues qué de qué'.